Kainos Ktisis
  La estrella de Belen
 

 

La estrella de Belén

(Por: Sallv Lam-Phoon)

 

El árbol de Navidad, la estrella y nuestras vidas.

 

Nos llevó muchos meses encontrar la estrella ade­cuada para adornar la punta de nuestro árbol de Navidad. La estrella era dorada, tenía las dimen­siones adecuadas y, por sobre todo, estaba de acuerdo con mi limitado presupuesto. La até a la pequeña rama puntiaguda en la parte más alta de nuestro árbol, que medía un metro con ochenta centímetros. Para afirmar­la a esta rama elevada, enrollé un cordel una y otra vez alrededor de la rama, hasta que ésta quedó oculta. El árbol ahora estaba perfecto, era una vista hermosa, un símbolo de la temporada del dar y de la buena voluntad.

 

Los árboles de Navidad, sean pinos o abetos, siempre tienen la parte superior pun­tiaguda, y sin un adorno en la punta pare­cen incompletos. Pero, ¿por qué los árbo­les de Navidad son puntiagudos? Supon­go que Dios los hizo de esa manera.

 

En los bosques donde crecen los árboles de Navidad, cada árbol tiene que esforzarse por elevarse hacia el cielo y luchar por mante­ner sus ramas más elevadas hacia la luz del sol, su fuente de vida.

Por lo tanto, hacia fines del invierno y comienzos de la primavera, se forma un nuevo retoño en la parte más alta de cada ár­bol. Este retoño tie­ne el potencial pa­ra el crecimiento y la supervivencia del árbol. Cada nue­vo retoño está compuesto por cinco brotes, y el brote del medio asume la posición de guía, como "rey". Esta po­sición trae consigo la responsabilidad de extraer los nutrientes de las raíces que se introducen profundamente en el suelo, y extenderse para alcanzar las propiedades vitales del sol. Este "rey" tiene solamente un propósito: asegurar que todo el árbol sobreviva.

 

Mientras el brote "rey" esté vivo, en forma silenciosa y modesta cumple con su solem­ne deber. Se concentra en su cometido, realizando diariamente el propósito que le asignó el Creador.

¡Qué lección vital para el liderazgo cristiano! Con toda su simpleza, esta función del brote "rey" recuerda a los dirigentes cristianos la importancia de cavar profundamente en su estudio de la Palabra de Dios y esforzarse por al­canzar diariamente el Sol de Justicia, sabiendo muy bien que únicamente de él obtenemos vida y luz para nuestras almas.

 

Y, cuando su obra está realizada y termina su vida, el brote "rey" silencio­samente desaparece. Dios diseñó estos árboles de tal manera que uno de los otros brotes ocupa su lugar y asume la función de "rey", asegurando la conti­nua supervivencia del árbol. No hay rebatiñas, codazos y luchas por el con­trol; el "cambio de guardia" se realiza plácidamente y sin dejar heridas.

Cuando se considera al liderazgo como la responsabilidad de llevar ade­lante la voluntad de Dios, no importa quién es el líder. A menudo, en las, las relaciones y las expectativas humanas, el liderazgo es equiparado con el poder y la autoglorificación. El concepto de có­mo Cristo se vació a sí mismo es extra­ño para los ciudadanos del planeta tie­rra. Cuando percibamos una vislumbre de cómo podemos vaciar nos a nosotros mismos y permitir que Dios obre a tra­vés de nosotros por su Espíritu, "paz en la tierra" estará a nuestro alcance. La unidad de la que habló el apóstol Pablo puede lograrse cuando los cris­tianos comienzan a ver que el liderazgo no es una posición, sino un deber.

 

No es algo que debemos buscar mediante intrigas políticas, que consu­men nuestro tiempo y energías. Si apa­rece en nuestro camino, gozosamente llevemos esa responsabilidad. Si no nos toca hacerlo, apoyemos y sostengamos el ánimo del dirigente, como Cristo lo haría si estuviera en esta tierra. Enton­ces, será una realidad que creceremos "en todo en aquel que es la cabeza, es­to es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimien­to para ir edificándose en amor" (Efe. 4:15,16).

 

Para mí, ese brote "rey" en la punta fue muy útil para afirmar la estrella que coronaba mi árbol; la sostuvo en su lugar. El brote "rey", casi completamente escon­dido de la vista por el cordel, le dio to­da su gloria a la estrella. De la misma manera, como líderes cristianos, todo lo que hacemos es para "alabanza de su gloria" (Efe. 1:14).

 

No es la posición lo que nos llama para hacer la obra de Dios. No es por nuestra propia autorrealización o desarrollo personal. Es un llamamiento a cumplir sus órdenes y a mostrar su gloria. ¡Qué privilegio que la Estrella de Belén nos haya escogido como sus vasijas, desde las cuales él puede bri­llar, eclipsando nuestros propios es­fuerzos débiles como canales de su amor y de su gracia.

 

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- Sally Lam-Phoon, es directora de los departamentos de Educación y de los Ministerios de la Mujer de la Unión del Sudeste Asiático, con sede en Singapur Este artículo fue publicado en la Adventist Review.

- Publicado en la Revista Adventista, Diciembre del 2004.

 

 
 
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