Kainos Ktisis
  Dos mañanas de sábado
 

Dos mañanas de sábado

(Por: Paulo Pinheiro)

 

1º caso:

El sábado pasado integraste (dis­cúlpame si no fuiste tú) un grupo mu­sical que cantó antes del sermón. Fueron dos interpretaciones. A la salida, los her­manos felicitaron al conjunto por su ac­tuación. Sin embargo, nadie supo que esa mañana saliste de la iglesia con una sensación de vacío. ¿Qué pasó?

Durante el tiempo que precedió al culto de adoración, todos estuvieron ensayando en la casa de uno de los in­tegrantes y llegaron al templo casi sobre la hora de la actuación. No alcanzaron a entrar en la nave para participar de los momentos de alabanza; la instrucción fue ir directamente a la sala pastoral.

Después de cantar, el grupo fue a to­mar agua. Algunos regresaron al culto, pero tú encontraste a algunos amigos que no habías visto por algún tiempo y resolviste ponerte al día conversando con ellos. Así que, te quedaste afuera por el resto de la hora del culto.

Terminó el servicio religioso, y tú te retiraste igual que cuando llegaste. Aque­lla semana fue pésima.

 

2º caso:

Este sábado viniste temprano a la iglesia. Encontraste bancos prácticamen­te vacíos. Algunos matrimonios adultos y ancianos estaban en la nave. Había un re­verente silencio en el ambiente. Ningún fondo musical; solamente el susurro de tus pasos.

Evitando que alguien lo notara, te dirigiste a una de las hileras. Primero te sentaste; después, discretamente, dejaste caer tus rodillas al piso. Arrodillado, hi­ciste una oración.

Le abriste el corazón a Dios. Le con­taste tus dificultades para relacionarte con tus parientes: tu padre es rudo y no le gusta la religión. Maltrata a tu familia porque asiste a la iglesia. Uno de tus hermanos estuvo disgustado contigo por­que anduviste hablan­do de él a sus amigos.

Tenías otras cosas para conversar con Dios. Le dijiste que te conside­rabas una persona des­agradable; que no tenías dinero para comprar ropas bonitas. Le contaste que estás sin empleo, y que no te va bien en los estudios. También le hablaste de aquella persona a la que tímidamente es­perabas acercarte, pero que nunca te ob­servaba y, cuando miraba hacia ti, parecía no verte.

Tampoco estabas feliz con algunas cosas malas que estuviste haciendo. Con el corazón triste, le confesaste al Señor esos pecados. Algunos eran graves, y por ellos sentías vergüenza. Pero, ¿cómo es­conderlos de Dios? Él lo sabe todo. Allí, con los ojos cerrados, confiaste en su eterna misericordia y amor, y le pediste perdón.

Ahora comienza a oírse el piano. Abres los ojos, y ves que hay más gente en la iglesia. Rápidamente te sientas en el banco. Con la mano izquierda, tratas de esconder una lágrima que inespera­damente se desliza por tu mejilla. Nadie se da cuenta de ello. Te enderezas en el asiento, y pronto estás cantando el him­no de la Escuela Sabática.

Los hermanos que van llenando el banco en el que estás te miran y te salu­dan con una sonrisa. Tú también les son­ríes, y los saludas con un apretón de ma­nos. Esa calidez hace mucho bien. Parece que las personas vienen porque tienen el deseo de estar en comunión con Dios y con los demás hermanos. Hay bienestar espiritual.

Cuando llega la hora del culto, existe paz y predisposición para alabar a Dios.

Ciertamente, la clase de la Escuela Sabá­tica a la que asististe contribuyó para eso. El maestro saludó a todos mirándolos a los ojos y diciendo palabras amables. Durante el estudio de la lección, él no hizo preguntas como quien desea poner en evidencia a alguien que no haya estu­diado la lección. Prefería hacer preguntas sencillas, para que la clase las discutiera amistosamente. Las preguntas difíciles, él mismo las respondía o las dirigía a algún integrante de la clase que demostraba es­tar bien compenetrado en el tema.

Con esto, aumentó en ti el deseo de participar. Resolviste adquirir una Guía de Estudio de la Biblia y estudiarla du­rante la semana, para aprender más y al sábado siguiente estar en condiciones de responder las preguntas más profundas.

El sermón vino a complementar el alimento espiritual. El predicador citó un pasaje interesante de la Biblia, y fue explicándolo versículo por versículo. Habló de algunas curiosidades de la an­tigüedad, describió detalles de la geogra­fía de Palestina y destacó la relación de los personajes ante la verdad central de aquel texto.

Pronto, te sumerges en la historia.

Parece como si los personajes bíblicos estuvieran a tu lado, con flaquezas igua­les a las tuyas, con el mismo propósito de hacer la voluntad de Dios.

Finalmente, el predicador hace la aplicación del mensaje para la actuali­dad. Las palabras, dirigidas al corazón de los oyentes, son claras y precisas. El en­foque es edificante. No se deleita en los defectos ajenos, a pesar de reprobarlos. Demuestra respeto, simpatía y compa­sión. Es lo que los pecadores arrepenti­dos necesitan oír.

Esta mañana, tú regresas a tu casa ali­mentado, habiendo renovado el ánimo, la esperanza y la fe.

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- Paulo Pinheiro, es editor de la Casa Publicadora Bra­silera, y autor del libro “Explosao jovem”.

- Publicado en la Revista Adventista, Septiembre del 2005.

 

 
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